lunes, 4 de julio de 2011

Mantén tu deseo Ardiendo

Los kabbalistas enseñan que la mejor manera de conservar lo que tenemos es mantener nuestro deseo por ello.


Sin embargo, esto es contrario a nuestra naturaleza. Nos pasamos años corriendo detrás de algo –amor, dinero, salud– y en el momento en que lo conseguimos empezamos a correr tras otra cosa, olvidándonos de lo mucho que quisimos ese amante, ese negocio o esa cura.


El Zóhar afirma que el deseo es una vasija que contiene Luz. Cuando nuestra pasión de desvanece, también lo hace la Luz. Esto resume muchos patrones negativos en nuestra vida: tenemos una carencia que estimula nuestro deseo; nuestro deseo atrae Luz; perdemos nuestra pasión; caemos de nuevo en la carencia; nuestro anhelo se despierta de nuevo, y así sucesivamente.


¿Cómo salimos de este ciclo de sufrimiento-alegría y pérdidas-ganancias?

Una persona con un verdadero deseo por la vida tiene una apreciación por lo que tiene, y aún así sigue deseando más. Sabe que está en posesión de dones maravillosos, pero también sabe que éstos pueden desaparecer en cualquier momento. Se siente lleno y vacío al mismo tiempo.


¿En qué áreas de tu vida has perdido el apetito?


¿Qué cosas o personas estás tomando por garantizados: familia, amigos, trabajo, capacidades físicas? ¿Qué harás de forma distinta esta semana que te ayudará a reconstruir una verdadera vasija para continuar recibiendo lo que ya tienes?


Si dejas que esta afinación penetre en ti, descubrirás que la carencia espiritual puede ser en realidad bastante satisfactoria.

sábado, 2 de julio de 2011

¿ SOMOS COMO LAS CEBOLLAS ?

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.

Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.

Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, porque también las cebollas tienen su propio corazón, un piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquella un lapislázuli, la de más allá una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla!

Pero, por una incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una:

- "¿Por qué no eres como eres por dentro?"

Y ellas le iban respondiendo:

- "Me obligaron a ser así... me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran nada."

Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.

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