miércoles, 20 de enero de 2010

Una historia de amor


Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.

Cuando EL ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez,

LA LOCURA, como siempre tan loca, les propuso:

– ¿Vamos a jugar a los escondidos?

LA INTRIGA levantó la ceja intrigada y LA CURIOSIDAD, sin poder contenerse preguntó:

– ¿A los escondidos? ¿Y como es eso? – Es un juego – Explicó LA LOCURA, – en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.

EL ENTUSIASMO bailó secundado por LA EUFORIA,

LA ALEGRIA dio tantos saltos que terminó por convencer a LA DUDA, e incluso a LA APATIA, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, LA VERDAD prefirió no esconderse. ¿Para qué?, Si al final siempre la hallaban, y LA SOBERBIA opino que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y LA COBARDIA prefirió no arriesgarse… –

Uno, dos, tres… Comenzó a contar LA LOCURA.

La primera en esconderse fue LA PEREZA, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino.

LA FE subió al cielo y LA ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.

LA GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que sí ¿un lago cristalino? Ideal para LA BELLEZA.

Que sí la ¿Hendija de un árbol? Perfecto para LA TIMIDEZ. Que sí el ¿Vuelo de la mariposa? Lo mejor para LA VOLUPTOSIDAD. Que sí ¿Una ráfaga de viento?

Magnifico para LA LIBERTAD. Así terminó por ocultarse en un rayito de sol. EL EGOISMO, en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo… pero sólo para él.

LA MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y LA PASION y EL DESEO en el centro de los volcanes. EL OLVIDO… se me olvidó donde se escondió… pero eso no es lo importante. Cuando

LA LOCURA contaba 999.999,

EL AMOR aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado…hasta que divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores. – Un millón – contó LA LOCURA y comenzó a buscar.

La primera en aparecer fue LA PEREZA sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó

LA FE discutiendo con Dios en el cielo sobre teología y LA PASION y EL DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes.

En un descuido encontró a LA ENVIDIA y claro, así pudo deducir donde estaba EL TRIUNFO.

EL EGOISMO no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a

LA BELLEZA y con LA DUDA resulto más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse. Así fue encontrando a todos, EL TALENTO entre la hierba fresca, a LA ANGUSTIA en una oscura cueva, a LA MENTIRA detrás del arco iris…(mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta EL OLVIDO…que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos, pero sólo EL AMOR no aparecía por ningún sitio.

LA LOCURA buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse por vencido, divisó un rosal y las rosas…

Y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escucho.

Las espinas habían herido en los ojos AL AMOR; LA LOCURA no sabia que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarrillo.

Desde entonces; desde que por primera vez se jugó a los escondidos en la tierra:

EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA

miércoles, 13 de enero de 2010

jueves, 7 de enero de 2010

La Bondad



La bondadQuizás la bondad sea uno de los valores éticos que más apreciamos en los demás y que más nos gustaría que nos rodease por doquier. ¿A quién no le gustaría estar rodeado de gente buena, afable, atenta, alegre, considerada y respetuosa, generosa…? Como todas las virtudes humanas, es en su manifestación a través de los actos donde se define. Todos sabemos reconocer a una persona bondadosa aunque no sepamos definir la bondad y esta se exprese de infinitas formas. La bondad nos envuelve en nuestra vida cotidiana mucho más que lo que apreciamos conscientemente, a pesar de que a veces pueda parecer lo contrario. Ella es la base de todo lo bueno que compartimos, es la que hace posible la convivencia, los bienes civilizatorios y la cultura, la generosidad y el esmero en la búsqueda del bien común que nos humaniza. Es, justamente, su ausencia, el egoísmo a ultranza, el que destruye los tejidos que unen y cohesionan la vida. La bondad es un motor interior que busca el bien en los demás y en nuestro entorno involucrándonos a nosotros mismos. Esa predisposición constante hacia el bien, preocupándose por lo que los demás necesitan, se manifiesta desde el pensamiento, las emociones y los actos, convirtiendo a la persona en un “faro de luz” que emana alegría, seguridad y confianza. Su presencia ilumina, no nos ensombrece. Sembrador del bien, no trabaja con el “¿tú o yo?”, sino con el “nosotros”. Por eso podemos identificar bondad con amor. Resulta difícil imaginar la verdadera bondad sin reconocer en ella humildad, sencillez y respeto hacia la dignidad del otro. La bondad no es prepotencia ni paternalismo que desde la arrogancia se yergue como hacedor y conocedor del bien. Al contrario, la bondad parece tener mucho que ver con la paciencia (que muchas veces la pone a prueba). Un hombre bueno, por lo general, es paciente, largo en sus expectativas, pues concede a los demás la libertad y margen de error que todos necesitamos en la vida. Una cierta seguridad y confianza interior nacen de su profundo sentido de la vida. Esa bondad de raíces profundas va unida a la sonrisa fácil, a la afabilidad y a la ternura. Desde la empatía y la generosidad trata de poner alegría alrededor. La irradiación de alegría y serenidad que produce es fruto de no caer en la superficialidad, de valorar más allá de las exigencias y necesidades de la vida a las personas y a todo lo que nos hace más humanos. Por eso la bondad, la atención, el tacto y la dulzura de carácter que pone de manifiesto, hacen tan fácil la convivencia. A veces podemos objetar que la bondad ciega causa estragos, sobre todo cuando nos empeñamos en ayudar sin saber las consecuencias o sin tener en cuenta la realidad o libertad del otro. ¡Cuántas barbaridades se han cometido bajo la sentencia: “es por tu bien, lo hago porque te quiero”! Por eso la bondad se complementa con el discernimiento y ambos se conjugan dando lugar a la sabiduría. En este proceso la bondad no pierde sus cualidades, sino que amplía otras poniendo luz a su calor natural. También, en ocasiones, nos encontramos ante el dilema de ser buenos o justos. Aunque ya abordaremos en otro momento el tema de la justicia, que de alguna manera debe dar a cada cual lo que le corresponde según su naturaleza y sus actos, ¿por qué tendríamos que separarlos ensombreciendo la justicia con la ausencia de la bondad y viceversa? El amor dulcifica la voluntad y le da formas bellas y afables, además de canalizarla hacia un buen fin. La bondad humaniza la justicia recordándonos que todos somos humanos y que, ultérrimamente, la finalidad de la justicia también es el Bien. Bondad y justicia parece que no solo pueden convivir, sino que deben hacerlo. Siempre me ha resultado muy inspiradora la imagen del modelo de realización como el de aquel ser humano justo, bueno y sabio. Y me pregunto si realmente estos atributos pueden vivir separados para desarrollarse plenamente. Pero tocando el final podemos cuestionarnos: ¿nacemos buenos o nos hacemos buenos? Las modernas neurociencias nos hablan cada vez más de una evidente tendencia en el hombre hacia el bien de los demás como algo innato, arraigado incluso en nuestra biología. Es cierto que hay en nosotros otras muchas tendencias hacia la supervivencia animal que podrían anularla, que conviven en nuestra naturaleza impulsos de toda índole. La complejidad en la vida es un hecho natural que exige de una dirección y armonización que la canalice. Pero la bondad parece que nos hace más humanos. Como todo, podemos cultivar la bondad, cuya raíz parece existir en todos los seres, o dejarla apagarse bajo el peso del egoísmo; alimentar lo que nos humaniza o nos animaliza (con perdón de los animales). Personalmente creo que, en la medida en que tratamos de potenciar las semillas de la bondad en nosotros, las flores que se abrirán en nuestra vida a través de nuestros actos, de nuestras actitudes, nos aportarán cada vez más serenidad y felicidad. Como decía Platón: “Buscando el bien de nuestros semejantes encontramos el nuestro”.