Había una madre con su pequeña hija, en su pequeño hogar reinaba tranquilidad, estabilidad y paz.
Pero en aquel verano la madre enfermó gravemente.
Su medico al ver que nada podía hacer para salvarla decide explicarle a la hija sobre el estado de su madre y tratar de prepararla para lo inevitable. Le dijo a la pequeña que su madre estaba enferma y que pronto moriría, porque no había más nada que hacer. Cuando la pequeña preguntó cuanto tiempo iba a vivir su madre, el médico al observar un árbol (un viejo y hermoso paraíso) en el patio de la casa, le contesto: “mira pequeña, cuando todas las hojas de ese árbol caigan tu madre partirá al cielo”. Y así el médico concluyó la charla, dejando a la niña mirando detenidamente ese árbol gigante.
Y así pasaron los días, con la pequeña cuidando de su madre y a la tarde cuando terminaba los quehaceres, salía al patio a contemplar ese viejo paraíso, sus movimientos ante el viento, miraba con miedo a aquellas hojas que parecían vulnerables y que podían caer. Ella estaba ahí, entre sus oraciones, el dolor de su madre y la angustia de la futura pérdida, tan chica y con tantas cosas que le oprimían el corazón.
Pasaban las horas, las semanas, y los días se hacían grises. La princesita, como así la llamaba su madre, seguía mirando el árbol todas las tardes, como tramando algo, lejos estaba de amargarse o de derramar lagrimas. Al ver que las hojas tomaban un color amarillento, no lo dudo mas, tomo un ovillo de hilo y con convicción ato cada hoja a las ramas del árbol.
Al llegar el médico a la casa para revisar a la madre notó que la hija no estaba con ella y fue a buscarla, hasta que la encontró en el patio contemplando el árbol. El médico se acerco y al ver toda las hojas atadas le pregunto que hacia, ella le recordó que el le había dicho que su madre moriría cuando todas las hojas del árbol cayeran, el asentó con la cabeza.
Entonces la niña termino su respuesta de la siguiente manera, “Estoy salvando a mi Mama”.
Pero en aquel verano la madre enfermó gravemente.
Su medico al ver que nada podía hacer para salvarla decide explicarle a la hija sobre el estado de su madre y tratar de prepararla para lo inevitable. Le dijo a la pequeña que su madre estaba enferma y que pronto moriría, porque no había más nada que hacer. Cuando la pequeña preguntó cuanto tiempo iba a vivir su madre, el médico al observar un árbol (un viejo y hermoso paraíso) en el patio de la casa, le contesto: “mira pequeña, cuando todas las hojas de ese árbol caigan tu madre partirá al cielo”. Y así el médico concluyó la charla, dejando a la niña mirando detenidamente ese árbol gigante.
Y así pasaron los días, con la pequeña cuidando de su madre y a la tarde cuando terminaba los quehaceres, salía al patio a contemplar ese viejo paraíso, sus movimientos ante el viento, miraba con miedo a aquellas hojas que parecían vulnerables y que podían caer. Ella estaba ahí, entre sus oraciones, el dolor de su madre y la angustia de la futura pérdida, tan chica y con tantas cosas que le oprimían el corazón.
Pasaban las horas, las semanas, y los días se hacían grises. La princesita, como así la llamaba su madre, seguía mirando el árbol todas las tardes, como tramando algo, lejos estaba de amargarse o de derramar lagrimas. Al ver que las hojas tomaban un color amarillento, no lo dudo mas, tomo un ovillo de hilo y con convicción ato cada hoja a las ramas del árbol.
Al llegar el médico a la casa para revisar a la madre notó que la hija no estaba con ella y fue a buscarla, hasta que la encontró en el patio contemplando el árbol. El médico se acerco y al ver toda las hojas atadas le pregunto que hacia, ella le recordó que el le había dicho que su madre moriría cuando todas las hojas del árbol cayeran, el asentó con la cabeza.
Entonces la niña termino su respuesta de la siguiente manera, “Estoy salvando a mi Mama”.
Al ver semejante muestra de Fe, el doctor no pudo contener el llanto y pensando en la inocencia de ella pidió al Cielo estar equivocado. Hoy, ya es primavera y la princesa, junto a su reina contempla ese viejo árbol a la espera de nuevas hojas, de una nueva oportunidad, de una nueva vida.
Madurar la fe es llevar el concepto de la fe a lo practico a lo cotidiano, no guardarla para los domingos nada mas.
Hay que tener Fe en las pequeñas cosas y así se hará grande nuestro corazón, de a poco podremos ir haciendo un hogar mejor, una sociedad justa, un mundo libre.
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