La Biblia nos llama "arcilla". Y aunque existe una similitud química entre la arcilla y la vasija, la Biblia realiza una clara distinción (teológica ) entre ambas. La vasija es arcilla consolidada, pero la arcilla misma es una vasija en proceso.
La vasija en sí no es resistente ni reciclable. Si no se triene cuidado se quiebra fácilmente; los fragmentos inútiles no se desintegran. Los alfareros de la antiguedad los juntaban y arrojaban los deshecjos en lugares destinados a tal fin, como el lugar donde se sento Job mientras se rascaba la carne llagada (Job 2:8). Uno de esos sitio era el Valle de Hinón, cerca de Jerusalén, donde la ciudad arrojaba sus deshechos, incluyendo las vasijas rotas. Alli lleva Dios a Jeremías.
Como lección para Judá (y para nosotros), Dios no solo ordena arrojar, sino también destruir la vasija de arcilla. Cuando Jemías obedece y la rompe, Dios explica: " De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más" Jer.19:11. Dios decreta que la vasija no será restaurada. Ya no puede ser reparada con ningun adhesivo, pegamento o por medio de algún agente humano. La arcilla es destruida. Su "periodo de prueba" ha terminado.
Al igual que la vasija de Jeremías, cada uno de nosotros enfrentará uno de dos futuros. O somos quebrantados en el valle de Hinón, o seremos vasijas perfectas, reunidas para ser utilizadas en la casa de Dios; destrucción eterna o servicio eterno (Mal. 4:1; Juan 14:2,3). Dios, el Alfarero, pronto completará su obra de construcción de nosotros y el período de prueba habrá llegado a su fin. Entonces, aún no somos vasijas, sino arcilla en las manos de Dios. Mientras dure el período de prueba, Dios aún trabaja con nosotros y en nosotros, moldeándonos y dándonos forma según bien le parece (Jer.18:4).
La vasija en sí no es resistente ni reciclable. Si no se triene cuidado se quiebra fácilmente; los fragmentos inútiles no se desintegran. Los alfareros de la antiguedad los juntaban y arrojaban los deshecjos en lugares destinados a tal fin, como el lugar donde se sento Job mientras se rascaba la carne llagada (Job 2:8). Uno de esos sitio era el Valle de Hinón, cerca de Jerusalén, donde la ciudad arrojaba sus deshechos, incluyendo las vasijas rotas. Alli lleva Dios a Jeremías.
Como lección para Judá (y para nosotros), Dios no solo ordena arrojar, sino también destruir la vasija de arcilla. Cuando Jemías obedece y la rompe, Dios explica: " De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más" Jer.19:11. Dios decreta que la vasija no será restaurada. Ya no puede ser reparada con ningun adhesivo, pegamento o por medio de algún agente humano. La arcilla es destruida. Su "periodo de prueba" ha terminado.
Al igual que la vasija de Jeremías, cada uno de nosotros enfrentará uno de dos futuros. O somos quebrantados en el valle de Hinón, o seremos vasijas perfectas, reunidas para ser utilizadas en la casa de Dios; destrucción eterna o servicio eterno (Mal. 4:1; Juan 14:2,3). Dios, el Alfarero, pronto completará su obra de construcción de nosotros y el período de prueba habrá llegado a su fin. Entonces, aún no somos vasijas, sino arcilla en las manos de Dios. Mientras dure el período de prueba, Dios aún trabaja con nosotros y en nosotros, moldeándonos y dándonos forma según bien le parece (Jer.18:4).
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